martes, 30 de junio de 2009

Sombras de garrotes en Irán.

Desde la empieza de las informes sobre la fraude de elecciones en Irán, el mundo occidental ha jugado la mascarada de haber horríficado por los fotos de represión en las calles de la capital Teherán, Isfahan, y las otras ciudades del país gigante y aterrador. La llamé una mascarada porque es ridículo pensar que la prensa mundial, aspirando de uno a uno mostrarse como personas sobrios y seriosos, había esperado que elecciones en la República Islámica serían cualquiera cosa a partir de un ejemplo vergonzoso de procesos electorales.

Es crítico que yo añadiría por qué la democrácia en Irán es tan <>. El gobierno tiene un sístema infalible de mantener el control en las manos de una clique de individuos con ideas muy similares uno al otro, y prevenir el otorgamiento de poderes políticas a ellos rivales menos celosos como el candidato de oposición Mehdi Karroubi, un clérigo muy respetado si bien no bastante radical por los sentimientos del Consejo de Guardas. La farsa en Irán no es que amiguetes del incumbente amañaron la votación en su favor. Tales cosas existen en muchos países alrededor del mundo, tanto en estados que parecen muy avanzados.

La farsa verdadera es que el Líder Supremo de la República Islámica es enojado que su público se atreve manifestar contra una elección en que los candidatos son filtrados para asegurar que ninguno de esos son demasiados "inmorales", para el puesto de un títere cargado con el mantenimiento del status quo interno en Irán, o como ha sido el corriente presidente en los años recientes haber el rostro del desafío más grande contra el bienestar de los países vecinos. Del punto de visto de Ayatolá Khamenei, el puesto de presidente en Irán es como lo mismo en la antigua Unión Soviética, donde fueron presidentes (la mayoría de ellos no recordados hoy) débiles con papeles simbólicos, y tras las cortinas reglaron los secretarios generales del Partido Comunista como Leonid Brezhnev.

La mentira sin vergüenza de los caudillos de Irán no es un fenómeno nuevo, ni siquiera una invención de la revolución islámica. Durante la regla del Mohammed Reza Sah Pahlavi, fueron elecciones regulares, y tanto partidos políticas de muchas variedades. Pues los movimientos más populares jamás lograron los objetivos de ser elegidos a posiciones de influencia. La razón sencilla fue que el Sah colgó todas las naipes en el sístema electoral, y como había dicho Stalin: "No importa quién vota en elecciones, sino quien cuenta su voto".